Hace algun tiempo, yo mismo encontré la triste sensación de revisar Gamespy y encontrar que ni una sola persona quedaba jugando en los servidores de Action Quake 2. Las horas de vacia alegría habian quedado en el pasado, enterradas bajo la testosterona y el silicio de Counter Strike.
Lagrimas de 8 bits fluyeron por mis mejillas.
Hubo un tiempo lejano en el pasado en el que Doom 2 me daba pesadillas por la noche, pero igual lo seguia jugando, pensando "ellos no entienden". Hasta ahora, nadie ha entendido realmente.
Cuando tenia 8, quizás 9 años, estaba en la oficina del padre de un amigo de mi hermano jugando en su vieja Mac. Odio las macintosh, las odio con toda mi alma. Por qué?
Son la fuente de todo la maldad en el mundo.
Fui Pandora, dejamos un diskette metido en la computadora y se trancó. Nada grave, reinciar es cosa a la cual todos estamos acostumbrados desde nacer. Entonces vi con horror como el mundo se llenaba de demonios.
La pantalla oscureció, letras extrañas aparecieron abajo y escuché por primera vez el sonido de las trompetas del juicio final.
La había matado. Era mi culpa.
No tenía idea de lo que había hecho.
No recuerdo la época anterior al día en que maté a la Mac. Sé que eran distintos, se que no había tanto miedo, ni zombies, ni explosiones nucleares por todos lados. Sé que no me sentía incomprendido, se que la gente se llevaba mejor, se que las personas formaban unidades y no soledades. Pero no me recuerdo en ese mundo.
Pertenezco a la generación Quake.
Tratamos de encontrar la salvación en dispararle a criaturas inexistentes, demonios representativos, soñando que arreglamos lo dañado.
Somos pocos aunque parecemos millones. Yo mismo solo conozco a uno o dos más, pero confio que existimos por lo menos un centenar en todo el mundo. Caminamos entre los centros de juegos, nos camuflamos entre los fanáticos de Counter Strike, D&D y todas esas cosas, pero en nosotros está el alma de una persona que trata desesperadamente de buscar perdón por sus pecados. Pecados que son imperdonables; errores fatales.
Algun día seremos reconocidos como profetas de los ultimos días.
Hoy no somos más que niños pretenciosos.
Siempre sabremos que debimos haber salvado antes.